Algo que me lleva llamando la atención desde hace bastante tiempo es la cantidad de gente que veo, tanto en la calle como en consulta, que depende en gran medida de la famosa necesidad de «aprobación social». Ese deseo de ser validado, de que los demás aprueben, consientan o valoren como pensamos, lo que hacemos o las decisiones que tomamos. Llegamos hasta el punto de cambiar nuestros pensamientos, valores o gustos simplemente por ver que estos no son compartidos por los demás, por que son considerados raros o atípicos.

Es cierto, somos seres sociales, pero ¿hasta qué punto? Entiendo que nos regimos por unas normas y unos límites, pero ¿quién marca las tendencias y las modas? Si pensar o comportarse de una cierta forma está de moda, inconscientemente muchos de nosotros terminamos pensando o comportándonos así, aunque no tengamos los suficientes argumentos, pero claro… es que es lo «normal», lo que piensa todo el mundo.

Esto se explica por la incapacidad de querernos y valorarnos a nosotros mismos antes de conocer lo que los demás opinan y a su vez por la incapacidad que tenemos de sentirnos diferentes. Nos inunda una total necesidad de pertenencia, especialmente al grupo de referencia (aquel con el que nos sentimos identificados y en el cual nos queremos integrar). Cuando te das cuenta de que eres diferente o de que no entras en la concepción de «normalidad» suelen surgir sentimientos de vergüenza, de soledad, de exclusión y en muchas ocasiones de ansiedad. Esto hace que nos replanteemos las cosas y nos moldeamos en función de lo que se espera de nosotros, en vez de ser lo que realmente somos.

Al final, lo que conseguimos es que los demás acepten a la persona que aparentamos ser, pero esto nos traerá problemas a largo plazo. En primer lugar por que llegará el momento en el que nos preguntemos quienes somos en realidad, qué es lo que de verdad nos gusta, cuales son nuestros pensamientos, creencias y valores más profundos y si realmente nos identificamos con nosotros mismos. De ahí surgen la mayoría de trastornos de ansiedad y del estado de ánimo, por que no nos gusta lo que vemos, pero ¡atención! tampoco nos gusta sentir todo lo que comenté antes cuando somos transparentes y genuinos. Es aquí cuando entramos en el bucle del inconformismo y de la baja autoestima.

¿Cómo puedes evitar esto? Muy simple, queriéndote y valorándote. Y dirás, claro… qué fácil es decirlo. Exacto, es fácil decirlo pero también conseguirlo, el problema es que no lo conseguiremos nunca si seguimos pendiente de lo que los demás piensen, opinen o aprueben. Es imposible agradar a todo el mundo, al igual que es imposible que todos estén de acuerdo contigo en algo. A veces incluso nuestras personas más cercanas tienen ideas contrarias a las nuestras y eso no quiere decir que tanto una como otra sean erróneas. Hay que aprender a tener criterio propio y a sufrir las consecuencias tanto emocionales como sociales que tengamos por ello. Esto al principio es tarea complicada, pero a medida que se pone en práctica hace que nos hagamos más resistente a esas consecuencias. A largo plazo se consigue tener una autoestima y un autoconcepto elevado y se valorará más el amor propio que el ajeno.

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