En la evaluación de las adicciones siempre se han tenido muy presentes los diagnósticos clínicos, las “etiquetas” o “clasificaciones” que nos informan sobre si existe o no una conducta adictiva en una persona determinada. Para ello se utilizan manuales diagnósticos como el DSM IV o el CIE-10. Esto es lo que lleva al planteamiento de un tratamiento específico en función de cada diagnóstico.

Este tipo de evaluación es fabuloso, aunque, en mi opinión, se basa en una visión demasiado médica. Personalmente considero el proceso de la adicción como un continuo, es decir, una enfermedad con dos polos opuestos y sus respectivos intermedios a través de los cuales se viaja en una u otra dirección:

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Hay personas que desarrollaron una adicción y pudieron superarla volviendo al otro polo del continuo, otras que permanecen constantemente en un punto, otras que abusan de forma ocasional, por lo que recorre distintas puntos de dicho continuo, e incluso otros que tienen una adicción o dependencia pero presentan ciclos de tiempo en los que no consumen, etc.

Pues bien, todos estos patrones de comportamiento son difíciles de generalizar para poder diagnosticar algo concreto, ya que a la hora del tratamiento cada persona mostrará una problemática distinta aun con el mismo diagnóstico. De ahí, la idea de cambiar de una visión médica a una visión psicosocial, en la que se valorará a cada persona según su problema y sus circunstancias (contexto social).

Como he dicho antes, para poder detectar un problema de abuso o dependencia de sustancia sería necesario evaluar a través de manuales diagnósticos. Pero, ¿cómo podemos valorar si tenemos o no un problema de adicción y en qué punto de ese continuo nos encontramos?

Desarrollo algunas de las características o problemas que pueden servir de ayuda a la hora de identificar comportamientos adictivos. Es de gran importancia saber detectarlos ya que esto nos indicará si existe o no un problema y si debería considerarse la opción de acudir a un profesional:

La característica más llamativa y general en estos trastornos es la presencia de una conducta compulsiva o la pérdida de control sobre la sustancia (estimulantes o depresores del SNC) o conducta problemática (juego, compras, comida…).

Otros factores siempre presentes en una persona con problema de adicción son la tolerancia y la abstinencia. La tolerancia se define como la necesidad de consumir o realizar la conducta problema de forma creciente para conseguir los mismos efectos, es decir, el efecto de las mismas cantidades disminuye con el consumo continuado. La abstinencia se caracteriza por los síntomas tanto físicos como psíquicos tras el cese del consumo, aunque también se considera la toma de la misma sustancia para, precisamente, evitar o escapar de dichos síntomas.

Cuando el problema de adicción va en aumento o es constante suele ocurrir que el periodo en el que se solía consumir aumenta considerablemente (de días esporádicos a varios días por semana o diariamente) y unido a ello se suele presentar el deseo y los esfuerzos nulos por controlar o incluso interrumpir el consumo de la sustancia o la conducta problema.

Normalmente una persona adicta a una sustancia o conducta emplea mucho tiempo en actividades relacionadas con ella como son buscar la sustancia, consumirla o recuperarse de los efectos que le provoca. También comienza a tener problemas económicos, cada vez gasta más dinero en el consumo de lo que se puede permitir y aparecen deudas. Además, esto hace que la persona reduzca considerablemente sus relaciones sociales o laborales, así como la dedicación a sí mismo.

Algo que también suele ocurrir es que, a pesar de conocer y observar los problemas que se están causando no se puede interrumpir el consumo por un largo periodo de tiempo, aun teniendo deseo de hacerlo. Estos problemas suelen estar relacionados con el incumplimiento de obligaciones como la ausencia o retrasos en el trabajo o los estudios, o el mantenimiento de una relación disfuncional con los demás caracterizada por ocultamientos, mentiras, préstamos que nunca se devuelven, etc. Esto último ocurre sobre todo con las personas más cercanas.

Por último, aunque no por ello menos importante, aparecen los problemas que, en nuestra sociedad, son los que mejor se detectan debido a los medios de comunicación o por ser más fácilmente observables en lugares públicos. Las personas con problemas de adicción suelen consumir en todo tipo de situaciones, por lo que a veces se ven expuestas una y otra vez a situaciones peligrosas como puede ser conducir. Además ciertas personas entran en un ciclo de problemas legales a los que la sustancia los ha arrastrado.

Con esto me gustaría expresar que no hay un patrón fijo de conducta o un límite en el que se considere a una persona adicta o no. Hay que considerar todos los factores involucrados y por su puesto en qué medida la persona o sus allegados se ven afectados. El hecho de no cumplir con una serie de requisitos mínimos no quiere decir que no tengamos en cuenta pequeños detalles relacionados con el uso o abuso de sustancias, incluso sin haber llegado nunca a desarrollar una adicción, ya que se puede estar viajando en ese continuo antes mencionado en el que, en cualquier momento, nos podemos desviar hacia uno u otro lado sin apenas darnos cuenta.

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